El fotógrafo de la calesita

Iara Bascur
3 min readNov 6, 2020

Cuidad de Plottier.

Fotografía: Günter Hentschel

Me encontraba observando las hojas del fresco otoño, eran un vaivén de colores. Una tarde hermosa con un sol que reflejaba un intenso color amarillento. Miré que en ese momento pasaba el fotógrafo del pueblo, muy reconocido por todos. La verdad era muy simpático, siempre saludaba con una gran sonrisa. Su fisonomía era muy particular, largas ojeras que mostraban horas de trabajo y una piel seca indicio de pasar muchas tardes de verano al sol.

Su forma de caminar, lenta como las hojas de los árboles cayendo al piso, tan lenta que se veía cada movimiento que él hacía. Llevaba muletas para sostener su delgado y encorvado cuerpo. Siempre te preguntabas que situación habrá pasado para estar así. Digo, no es para tener lastima de él, pero llamaba la atención. Los niños corrían alrededor como un remolino veloz, tanto que levantaban las hojas secas del suelo. Y mientras, él aprovechaba para plasmarlos en una fotografía. Era extraño porque tenía varias cámaras colgando en su cuello, pero eran de los años 60 o 70.

Cada vez que lo veías parado, no necesitabas mirarlo dos veces para reconocerlo. Era una explosión de rulos tricolor como los árboles en pleno otoño. Canoso, castaño, morocho, arrugado, con sus dos cámaras y su caminar tan particular.

Siguió su camino por las veredas de la plaza.

- ¡Hasta luego fotógrafo! — Exclamó la vecina chusma que siempre se sienta en el banco de la plaza para ver quien pasa al lado suyo.

Él le dedicó una sonrisa y desapareció al doblar la esquina. Era esa típica persona de pueblo, que ya naces sabiendo quien es él o que su nombre resuena en la mesa del domingo mientras comes un asado. Hasta los perros de la plaza lo salían a saludar cada vez que caminaba por las eternas veredas. Casamientos, bautismos, cumpleaños, estaba ahí, guardando sonrisas y recuerdos, atrapando los rostros de varias generaciones.

Fotografía: Igor Putina

Es curioso pensar la profesión y dedicación de un fotógrafo, muy menospreciado por las clases altas y muy experimentado por las más bajas. Nunca se habla de las clases medias, no existen, es muy raro ya que el promedio de las personas son clase media. La fotografía es morirte de hambre para muchos, “¿Cómo le vas a sacar fotos a las cosas? Eso no es un trabajo.” Él rompía todo prejuicio de eso. Años y años de fotos, juntando historias en papel y plata para ser colgadas en las paredes de las casas. Sus manos largas, llenas de ampollas y los dedos uno para cada distinto punto cardinal.

Cuando era más joven recuerdo que me sacó una foto, agarró la cámara analógica, presionó el botón y sonó el “clic”. Estábamos junto con mi prima al lado de la calesita más famosa de Plottier. Tenía ojos tristes, melancólicos, proyectaban una soledad profunda. Vacía.

Me pregunté si tendría familia, nunca escuché de ella. Siempre estaba solo rondando por la calesita. No tenía niños y nunca se lo vio acompañado de una dama. Tampoco que edad tenia, supongo que alrededor de los 65–70, por ahí. El estilo de vida era una incógnita. Parecía de esas personas que tenían un pasado que no podría nombrarse, que estaba marcado en cada arruga de su cara, cada ampolla de sus dedos.

Pensar que toda tu vida estuviste acompañado de gente, mirarla e igual sentir ese vacío. Fotografiar esa alegría y guardarla, pero no compartirla. Observar por una ventana y ser testigo de sus sonrisas, pero ese mirar desde una lejanía inalcanzable. Llegar a tu casa, sentarte y sentir la nada misma. Supongo que era así como él se sentía. Un día la plaza se encontraba en soledad, la calesita giraba sin un rumbo. Y los recuerdos nunca más fueron retratados.

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